YO NO SOY EL LOCO

Paseaba por las calles
desde el amanecer.
Un canto de agonía
rompía los silencios,
y algún día del cielo
vi una gota caer.

Los chiquillos le seguían
y el loco Mon jugaba
cual si fuera niño también.
Nadie recuerda cuándo
llegó al pueblo él;
nadie recuerda haberle visto,
al loco Mon, que a veces sollozaba
sentado en cualquier sitio,
mirando no sé qué.

Cantaba el loco Mon
por la calle hacia abajo:

«¡Qué yo no soy el loco,
que el loco es sólo Él!
Porqué no viene ahora
a explicarme el porqué.
Que yo se lo pregunto
y no quiere contestarme
¡Qué yo no soy el loco,
que el loco es sólo Él! »

Una tarde llorosa
fuí a tomar un café
al sucio bar que era
como la casa de él.
En un rincón estaba,
sentado en una mesa,
delante de él tenía
un lápiz, un cenicero,
un ron y una hoja de papel.

Con un gesto me llama
y me acerqué hasta él,
señor quiero que escriba
una cosa en el papel:

«Aún recuerdo sus ojitos
y el reír aquél,
sus retozos en la cuna
y aquel llanto divino
cual dulce cascabel.
Señor, no pare, escriba,
que el loco es sólo Él,
que en dos partió mi alma
y se llevó mi vida
sin explicar porqué.
¡Que no, que yo no soy el loco,
que el loco es sólo Él!»

De pronto, enfurecido,
me pidió aquel papel,
y sus ojos desvaídos
volvieron a leer.
Gritó ¡yo no estoy loco,
lo dice este pape!
y rompió contra el suelo
el vaso, sin beber.

Se levantó en silencio
y yo le acompañé,
salimos a la calle
y entonces yo grité:
¡Por favor, escuchen todos,
hoy yo me voy con él,
que si Mon está loco,
yo estoy loco también!