Todos en el barrio la llaman “señora María”. Ella se dedica a vender billetes de lotería, y cada día, desde muy temprano, con su mesita y su silla plegable, se sienta en aquella esquina cerca del bar. En verano usa una sombrilla, en invierno una manta cubre sus pies, y una bufanda que casi le tapa su cara.
¡Tengo el 13 para hoy, cómprelo!, gritaba todo el tiempo, anunciando los números que llevaba.
“Señora María” nunca se queja. A pesar de los años sufridos, siempre tiene
una sonrisa en la boca y una palabra de ánimo. Yo paso todos los días por allí camino de mi trabajo, y si alguien no la había invitado todavía, yo le traía un café desde el bar.
Una de las mañanas, mientras se tomaba el café que le invité, vi en su rostro un asomo de pena. La miré extrañado y me dijo: ¿ves ese coche que está allí?. Sí, le dije, es un coche muy caro.
De pronto, un señor con corbata y zapatos nuevos, subió al vehículo, y pasó ante nosotros presuroso.
-Ese coche tan lujoso se lo ha comprado con un dinero de un premio de lotería, murmuró la “señora María”.
-Ah, es cliente suyo, le comenté.
-Era, hijo, era. Desde que tuvo la suerte de que le tocase la lotería, él, que todos los días me invitaba a café, no ha vuelto a pasar por aquí. Eso no me importa, lo que realmente me hace daño es que, desde entonces, ya no me saluda siquiera.
La “señora María” lanzó un profundo suspiro, y quise apreciar una diminuta lágrima descender por su mejilla. Hijo, ¡lo que es capaz de hacer el dinero!, me dijo, y sonrió.
Ha pasado ya bastante tiempo, y hoy, estando yo hablando con la “señora María”, vi que un hombre se acercaba. Me fijé en él porque caminaba cabizbajo, como sin fuerza. Se acercó hasta nosotros, y la “señora María” sonrió. Me di cuenta que aquel era el hombre del lujoso coche, pero no llevaba corbata, ni zapatos nuevos. Saludó, y dijo: “señora María”, aunque se lo pida, por favor, no me venda nunca jamás un billete de lotería. Me creí el dueño del mundo, abandoné mi familia, a mi esposa y mis dos hijas; malgasté el dinero en fiestas y juergas, olvidé a mis viejos amigos porque eran pobres, y conocí a otros nuevos que, ahora me he dado cuenta, sólo venían por mi dinero.
Le miré a los ojos, y, el hombre del lujoso coche, lloraba.
Hermooso, y la pura verdad
Gracias por tu comentario, Verónica. Esperemos que la vida siga siendo algo más.
Saludos desde Canarias.
Magnifico, me encanto esta historia, tan bien relatada de principio a fin, ligera y se puede imaginar todo el escenario, incluso a la señora Maria, una historia llena de algo humano y cotidiano. Me gusto mucho.
Gracias Azkre. Creo que, casi todos, estamos de acuerdo con lo del «maldito dinero» cuando éste nos lleva a situaciones amargas.
Un abrazo.
el agradecimiento una buena parte de las veces es un valor olvidado… un abrazo
Tienes razón. Creo que vamos olvidando muchas cosas, creo que nos estamos volviendo en máquinas, pero además en máquinas mal mantenidas.
Un saludo desde Tenerife.
Reblogueó esto en Salto al reverso.
El dinero es un mal, el dinero y el poder corrompen el alma. A veces me alegro de no tener un centavo. Buen trabajo.
Gracias.
Tienes toda la razón. Yo vivo feliz con mi pobreza, y no aspiro a nada más.
Un abrazo!